Durante la crisis provocada por el coronavirus, especialmente, en el confinamiento, he aprendido unas cuantas lecciones y me he sorprendido con otras. Lo siguiente es una lista inacabada de algunas de ellas:
La enfermedad nos puso límites físicos: nos alejaba de familiares y amigos; tampoco nos permitía reunirnos para celebrar la fe, la vida; sin embargo, la creatividad del hombre pudo más y encontró medios para conectarnos.
Se suele decir que cuando se cierra una puerta siempre se abre una ventana. Esto se ha convertido en algo que conocemos muy bien. Se cerraron todas las puertas de la ciudad: las de las casas, las tiendas, los portales… y se abrían nuestras ventanas para saludarnos, aplaudir, o sentir pizcas de libertad.
El cambio de vida repentino que tuvimos que adoptar, aislados de todos, es lo que más me ha impactado de la pandemia. Yo traté de llevarlo de la mejor forma posible… Lo pasé sola, encerrada en casa, pero siempre con la ayuda de las amistades.
Absurdo y rabia. El blanco de las batas y el azul de los guantes. Ojos, ojos sin rostro.
Y risas, y ánimos, y apoyos, y cariño, y dulzura, y memes, benditas bromas que me hacían reír y me mostraban ese carácter socarrón español que tanto me gusta y me ayuda en los momentos más duros.
Miro a través de la puerta del balcón… Veo el cielo azul, siento el calor del sol en mi piel…
Desde hace siete años este lugar, este balcón, esta casa, son mi pequeño refugio. Durante el año pasado se convirtieron en mi salvavidas.